jueves, 16 de octubre de 2014

Bueno, esto es lo que pasa cuando continúo una cosa que escribí hace mucho y me obligan a explayarme en plan discursito motivador de turno (sí, un título muy explícito).

No soy de ninguna parte, no soy nadie, no soy nada. Solo unos pensamientos, unas ideas que vagan por la inmensidad de la existencia.
He sido luz y oscuridad, polvo y roca, agua y fuego, bestia, humano y muchas veces ambas cosas. He sido hombre y mujer, joven, adulto y anciano. He sido rey y mendigo, caballero, pícaro, noble y plebeyo.
He sido sueños y fracasos, artistas reconocidos y repudiados, oficial y soldado, luchador, desertor, mártir y olvidado. He sido divinidad y sacerdote, clérigo y hereje, caudillo, déspota, dictador y revolucionario. He sido cura y enfermedad, actor y espectador.
He visto cosas con miles de ojos distintos, cómo se han forjado y caído grandes imperios, terribles guerras e injustos tratados de paz y como han pasado siglos sin que nada de esto cambiara. Y yo no he cambiado. Y yo no he cambiado, sigos siendo unas ideas, unos pensamientos, que se forjaron, se forjan y se forjarán con la experiencia y el paso de los acontecimientos, o lo que es lo mismo, el tiempo.
Pero sigo siendo eso, ideas y pensamientos recluidos en un cuerpo, todo un universo infinito atrapado en un pequeño cráneo.
Nada, solo fe, que seguirá encerrada mientas sea la voz de otros la que se alce proclamando quién, qué y cómo eres.
Seguirá encarcelada mientras solo quieras seguir los pasos de aquellos a los que admiras, envidias o incluso adoras. Esos caminos están colapsados y desgastados, sigue esas sendas y caerás, nadie tenderá su mano y continuarás ahogándote en tu fracaso, alimentado la agonía con cada grito de impotencia.
No quieras alzar la Torre de Babel.
No quieras tallar “El David”.
No quieras pintar “La Gioconda”.
Todo eso ya se hizo, no pretendas ser nadie más que tú.
Alza una maravilla tal, que su sombras haga desaparecer a la Torre de Babel, y sea objeto de admiración incluso siglos después de que tú y tus obras estéis bajo tierra.
No pretendas ser Miguel Ángel, representa tu propia visión de la inalcanzable y deseada perfección.
Cautiva al mismo espíritu de da Vinci con la magia que has sido capaz de dar forma con tu pincel.
Haz uso de tu lápiz, cincel, instrumento musical, herramientas, voz y manos.
Crea, haz algo que mantenga vivo tu recuerdo. No tengas prisa, la vida es larga, pero como todo, inevitablemente llega a su fin, con el certero, preciso e imparable paso del tiempo.
Crea, vive, porque cuando todo sea polvo, lo único que quedará, será el recuerdo de lo que fuiste e hiciste.
Consigue que tu grito, victorioso, acompañe al viento a través del paso de las eras.


Vive, crea, porque de esta forma, sobrevivirás al fin de los días.

domingo, 12 de octubre de 2014

Relato de una muerte 1 (segundo intento).

Y de repente, todo se detuvo. El joven pudo ver como las explosiones provocadas por la artillería se congelaban en el aire, dando lugar a grotescos hongos compuestos por una macabra combinación de barro, escombros y vísceras, de lo que un día parecieron seres humanos. Pudo ver la mueca de horror grabada en las caras de sus hermanos de sangre, al recibir un impacto de bala.
Pudo ver la trinchera que tenía frente a él, marcada por los rostros de sus enemigos. El joven no recordaba quiénes era, de dónde venía, ni por qué y por quién luchaban. Eso no importa. Ya daba igual. él tampoco recordaba el motivo por el que se encontraba allí.
Poco a poco, volvió a transcurrir el tiempo, gotas de sudor frío descendían lentamente por su frente. Los hongos se deshacían escupiendo metralla contra las caras de todos los pobres desgraciados que se encontraban cerca, dejándolos horriblemente desfigurados de por vida, eso si tenían la desgracia de continuar vivos.
El joven perdió la fuerza de sus brazos, dejó caer su arma. Las piernas también fallaron y el joven acabó arrodillado sobre el mugriento suelo. Con enorme dificultad, se llevó las manos al tórax, y éstas, al instante, se tiñeron de sangre. Cayó por completo, yaciendo con la cara sumergida en una mezcla de barro sangre y lágrimas.
No sentía dolor por sus heridas, no sentía pena por no volver a a ver a sus seres queridos. Lo único que sentía, era vergüenza.
Vergüenza por haberse dejado convencer para luchar y morir por un interés y una causa que no entendía. Vergüenza por haberse dejado llenar la cabeza por estúpida y manipuladora publicidad fabricada con la intención de generar odio hacia gente que ni conocía ni le había hecho nada. Vergüenza por haberse dejado embelesar por orquestas, vítores, banderas, flores y perfumes en aquella falsa y forzada atmósfera de patriotismo.
Ahora las orquestas eran una sinfonía de artillería.
Los vítores, gritos de agonía.
Las banderas, mortaja ensangrentada.
Las flores, ceniza.
Los perfumes, hedor de muerte y podredumbre.
Tendido en el suelo, podía oír el rugido de los fusiles y las ametralladoras.
Estúpidos valientes extasiados de odio ciego. Con tantos héroes ciegos, la guerra se hace vieja y sus víctimas jóvenes. Con tantos héroes ciegos, se vacían los hogares y se llenan las tumbas.
¿Cuándo comprenderán estos héroes que solo serán protagonistas de su propio epitafio?
Vergüenza, asco e incluso un poco de lástima, es lo que sintió el joven soldado cuando su cuerpo sucio, roto, tirado y olvidado, se apagó por completo, en el barro de la tierra de nadie.

jueves, 8 de agosto de 2013

Relato de una muerte 3.

Quedé con ella a la salida de su colegio y allí le confesé, con los ojos bañados en lágrimas, lo que sentía por ella. Ella me dijo que sentía lo mismo y así comenzó lo que para mí sería el principio del fin.
Mentiría si negara que los días que continuaron a aquel fueron los más felices de mi vida.
Pero ahí acabó todo.
Sus padres se enteraron de nuestra relación y lo que es peor aún, de la diferencia de edad. Inmediatamente ellos avisaron a la policía. Ella intentó contar la verdad, pero no la creyeron. Pasé una semana retenido antes de ir a juicio. Sabía que no tenía ninguna posibilidad de salir bien de esta, tanto mi familia como mis amigos me habían repudiado por algo que no había hecho. 
Culpable.
Me esperaban años en prisión, sabía que no podría aguantarlo y aunque lo hiciera aquello me arruinaría para siempre. Pero no podía discutir, todo ya estaba decidido. Yo estaba perdido.
Pedí permiso para ir al baño. Ese fue el último capricho que me concedieron.
Y allí estaba, temblando sudoroso y asustado frente al espejo de aquel baño, viviendo lo que serían mis últimos minutos sin vigilancia.
Me fijé en una tubería del techo y me di cuenta de que ya iba a perder la vida de una forma u otra ¿qué más daba acelerar los acontecimientos un puñado de años?
Nervioso me quité el cinturón me puse de pie sobre un retrete y até un extremo a la tubería y el otro a mi cuello. Y pensé "aún soy joven y me quedan muchos años" volví a pensar "una juventud que pasarás encerrado y cuando salgas, no te quedará nada, ni unos padres a los que abrazar ni unos amigos con los que hablar, ya no te queda nada" ya basta de pensar.
Y quité los pies del inodoro, para dejarlos suspendidos en el aire, ese mismo aire que salía de mis pulmones para nunca más volver.

viernes, 2 de agosto de 2013

Relato de una muerte 2.

Ya había agotado todas mis oportunidades, las cosas no podían mejorar, pero sí empeorar. Primero me quitaron mi trabajo, luego a mi hija y poco después le siguieron el coche, la luz y el agua. A por este mohoso apartamento vendrían mañana, así que solo me quedaban unas cuantas botellas de alcohol barato vacías, colillas consumidas hace ya días y el viejo y oxidado seis tiros de mi padre. Joder, es más una pieza de exposición que un arma.
En fin, el tiempo parece que pasa más lento cuando sabes que todo va acabar pronto, siento como el frío sudor me baja por la frente poco a poco, no estoy nervioso, pasé días intentando convencerme a mí mismo de manera inútil que no merecía la pena acabar con todo de esta manera.
Le doy un le doy el último sorbo a mi última cerveza, para qué me voy a engañar, sabe a meados. Tiro la botella vacía contra la pared, ésta no se rompe, tampoco es que me importe.
Me acomodo en el raído sillón, saco una bala del calibre 44, la introduzco en el tambor del revólver, apunto a mi propia cabeza, aprieto el percutor y acto seguido el gatillo...
La bala llega a mi cerebro antes que el sonido que ésta produce, por lo que me despido del mundo de una forma silenciosa, aunque únicamente para mí ¿pero desde cuándo me ha importado el resto del mundo? da igual, ya no tengo ni dudas, ni miedos, ni sueños ni esperanza alguna, porque ya no soy nada.

miércoles, 26 de junio de 2013

Relato de una muerte 1.


Y de repente, todo se detuvo, el joven soldado pudo ver como las explosiones provocadas por la artillería se congelaban dando lugar a grotescas y abominables nubes en forma de hongo compuestas por barro, escombros y restos humanos, pudo ver las muecas de horror grabadas en las caras de sus compañeros al recibir un impacto de bala, pudo ver en la trinchera que tenía delante de él, los rostros de los enemigos contra los que luchaba, el joven soldado no recordaba ni quiénes eran, ni de dónde venían, ni en nombre de quién luchaban, pero no le importaba nada, ya no, porque él tampoco recordaba ya por quién y por qué luchaba y eso le importaba aún menos. Poco a poco volvió a transcurrir el tiempo, pero muchísimo más despacio, el joven soldado sintió como el frío sudor se deslizaba lentamente sobre su frente, vio como los hongos se deshacían, lanzando metralla contra las caras de sus compañeros heridos dejándolos horriblemente desfigurados de por vida, eso si tenían la desgracia de continuar vivos, el joven soldado perdió la fuerza en los brazos por lo que dejó caer su arma, acto seguido le continuaron sus piernas, por lo que acabó arrodillado en el mugriento suelo, con una enorme dificultad se llevó las manos al tórax y éstas al instante se tiñeron de sangre, el soldado cayó por completo, yaciendo con la cara sumergida en una mezcla de barro, sangre y lágrimas, no sentía dolor por sus heridas, no sentía pena por no volver nunca más a sus seres queridos, lo único que sentía era vergüenza, vergüenza por haberse dejado convencer para luchar y morir por un interés y una causa que no entendía, sentía vergüenza por haberse dejado llenar la cabeza de estúpida y manipuladora publicidad fabricada para odiar a una gente que ni conocía ni le había hecho nada, y eso fue lo último que sintió, vergüenza, cuando su cuerpo, sucio, roto, tirado y olvidado en el barro de la tierra de nadie, se apagó por completo.